Aceptar lo incomprensible.
Y a pesar de ello empeñarse en lo contrario:
poner un nombre a lo infinito en forma de asteroide,
imaginar en cada intento trayectorias erróneas,
desafiar la física de la nada
cuantas veces sea preciso,
o promulgar teorías inefables
sabiendo de antemano
que no será suficiente para explicar
lo inexplicable.