El hilo que nos unía se volvió lazo.
Más tarde se volvió soga.
Y en perspectiva
era serpiente acercándose desde el acecho
para enredarse por mi cuerpo
y empezar a asfixiarme.
En apariencia tus ojos eran galaxia, destello y calma.
Creí que tus pupilas eran aquel mar donde quería naufragar.
Pero acabé ahogada en esa verdad
que estaba esculpida en tu espalda.
Los destellos ciegan, la calma desaparece
y la galaxia pierde gravedad.
Y entonces vi ese plástico con el que habías cubierto tu rostro,
esa falsa identidad tan bien ensayada.
Y te caíste.
No necesité empujar.
Tu suelo, tu mundo, se derrumbó.
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Estoy escribiendo un poemario y este poema estaba incluido en él, pero al final me he decantado por quitarlo.
Espero que os guste.
Al final hay cosas (y personas) que caen por su propio peso.
Vamos soltando lastre y aunque duela, está bien.
Me gusta, Aida
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Hay cosas que no duran
pero la poesía si
excelente poema
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