Así de frío y sin brillo,
lento el cascabel de su ritmo;
así de esquivo y distante,
ancho el estupor de aquel instante.
Aire de ruinas antiguas
que no hablan mas sus lenguas,
trenzan en olvido sus faenas,
vuelven con sus manos a la hierba.
Es la muerte de tí en mí,
mis versos que tiemblan
tu nombre;
es el dormitar de tus huesos,
lenta evocación de mil silencios.
Aire de miradas acaecidas,
no verán más el tiritar en su poesía;
doblan arañadas tras esquinas,
arden descosidas en sus líneas.
Es el sucumbir de tus letras,
mis venas retenidas
en despojos;
es el vendaval de voz vacío,
tarde de una ráfaga de hastío.
Así de llano y muy vaciado,
súbito y fugaz insospechado;
así de tardo y bien guardado,
árido y fortuito desterrado.