—Rostros de la guerra— (#SíALaPaz)

El odio visceral camina apresurado para el
encuentro conspirativo con la tiranía;
uno junto al otro escenifican la obra macabra
para honrar a los miserables.
La misión es arrebatar los dulces sueños de
los buenos caminantes en un mundo insípido.
El miserable andante riega pinceladas de sangre
inocente en el retrato perfecto de un crimen
de lesa humanidad.
El derecho fundamental de vivir es sometido
a cautiverio por los hijos de Caín, que
modelan con cínica simpatía el rechazo
a las causas justas de la condición humana.
Entre tanto, el cielo pierde su hermosa naturalidad;
de sus entrañas gotean grotescas lágrimas
que nacen en los aires de guerra que han florecido.
La luna refleja tristeza,
las estrellas aguardan el silencio por la
masacre entre semejantes.
El crepúsculo anuncia el fin de los tiempos:
–Cronos y Kairos–
El cielo se viste de duelo en el sendero luminoso
de las ondas expansivas, que son regadas en la
tierra prometida por todos los halcones
de la ambición y el engaño.
El orden divino se desmorona con cada
misil humanitario arrojado sobre la manada
perdida.
–Los hijos– lloran el polvo de sus padres
debajo de las ruinas que la explosión dejó.
–Los padres– rasgan sus vestidos en el clamor
por la inocencia arrebatada.
Charcos de humanidad cubren la tierra
en donde fluía leche, higos y miel.
Ahora la escena pintada en el lienzo de
la historia se representa con cenizas ardientes
en un mundo que decidió vivir en el fecundo
y cómplice silencio.
Mientras existo y resisto,
cierro mis ojos,
y escucho el sonido de la mar,
puedo discernir el grito de los migrantes.
–Ellos– huyen de la bala perdida,
sus labios están sedientos de justicia, y
con una onda unísona exclaman:
¡sólo queremos vivir!
Del otro lado, –los miserables–, en gigantescos
salones atestados de vanidad celebran la
conquista de riquezas con hedor a miseria.
En sus sonrisas maníacas se palpa
el fin de los tiempos.

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