Con unas rodillas rojas color carmín
y con delicadeza de gorrión
te posaste en la ramita de enfrente.
Con unas rodillas rojizas como la fresa madura,
y con piel de nácar
te sentaste en tu mundo raro.
Que pena que tenga solo veinte minutos
de disfrutar de algún movimiento rápido de mi pupila.
Que pena que tenga solo veinte minutos para pensar
qué pasaría si te llegase a hablar.
Se me escapan de las manos.
Pero llegué a mi parada y volví a la realidad.