Sí, llevas razón…
desgasta este oficio
de vivir.
Sí, lo sé…
que ya nunca doy un duro
por mí.
Pasan las horas sin respiro,
con el reloj del tiempo
acelerado
y me consumen.
Sí, no somos
como éramos…
y ya no lo seremos.
Hay hielo incrustado
en nuestros corazones
de mentira
reivindicando vida
a tropezones,
evitando a duras penas
las cenizas, los carbones
que ennegrecen.
Una pesada somnolencia
me acorrala,
me sitia,
me desarma
en esta tarde bochornosa
de septiembre,
de persiana y penumbra.
Y me despierto, luego,
adormilada aún,
entre las páginas amarillas
del viejo libro abierto
de poemas sin cortar,
que ya no es mío.
Y esos poemas desgastados,
polvorientos,
con el peso abultado
de los sueños,
apiñados
como viejos retratos
en sepia
que se guardan
en una desteñida
caja de cartón…
me llenan de melancolía.
Y más en esta tarde,
con el plomo
de las nubes
cayendo de lleno
en mi cabeza.
Y aquí sigo,
como pájaro inquieto
que no encuentra
la rama donde posar
a estas horas
que se quedan,
desnudas de vientos.
Y mientras…
yo,
me desnudo de versos.
Y sí…
Tiene que haber un cielo.
Y sí.
Tiene que haber razones
todavía. . .
. . . pero no sé dónde encontrarlas.
(Actualizado) Septiembre 2020
Pintura: “El libro abierto” 1925. Juan Gris.