En la madrugada
un trueno rueda por la ladera del cielo
y se incrusta,
lejano,
con sonido sordo,
en algún presunto horizonte.
De esa rajadura vienen,
achiflonados,
vientos con púas,
chubascos a borbotones,
lluvia que mueve molinos al revés.
El miedo ancestral,
insomne,
despierta ciertas meditaciones circulares
que duermen forzadamente
y se acompañan
abrazando su mutua soledad.
Hay grietas suaves y sensibles
por donde, a la vez que lagrimean sueños,
entran los elementos
que prefieren las madrugadas
cuando todo está reblandecido e indefenso.
Porque somos cantera cincelable,
madera en el torno de la vida,
hierro en la forja martillado
queriendo ser forma y esencia.
Acaso,
vamos dejando en el troquelado,
antes de ser nada,
trozos de roca despostillada,
astilla olorosa a resina,
chispa eyectada que brilla
y cae,
y se apaga.
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Achiflonado (mexicanismo, definición mía).- Viento que en ráfagas, y merced a su fuerza y giros, ulula cuando se rompen como láminas sus corrientes en cables de electricidad, ramas y aristas de edificios. Chifla (silba) en sifones estrechos y al salir de los venturis de callejones y tuberías. En cualquier hueco de tejado campanea su galillo y sacude su templada lengua invisible, erizando de miedo la piel de quienes por alguna razón despiertan de madrugada.