Se sentó despacio en la silla de cemento, con premura atendió a sus pálpitos al viento. Se tocó el pecho, llorando sin vergüenza. Los transeúntes lo miraban, pero no eran nada, solo ausencia.
¿Cómo detener ese influjo de tristeza?
Se enderezó tres veces buscando fortaleza, respiró hondo y ahogó en su pecho un grito en silencio.
Lo vi todo, pude ver ese amargo gesto que solo nace cuando amamos, sin embargo, se fue, y nunca sabré si era él o era yo quien temblaba de tristeza.