*Variaciones de un mismo tema*
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Previsorio y amoroso, el cielo deposita lentamente una moneda de oro en la alcancía de la noche.
Bajo la bóveda de este templo azul, la tarde abre su boca multicolor para recibir la ostia dorada.
Algún cazador de días, lanza una saeta incendiada que cruza el firmamento y se incrusta en la tarde que sangra borbotones multicolores.
Fatigado y somnoliento, el mar apaga trémula vela celeste soplándole nubes cromáticas mientras se arropa frazada de sombras.
Tras un coletazo que salpica acuarelas sobre un lienzo languidecido, un pez dorado se zambulle persiguiendo un cardumen de sombras.
Desde esta perspectiva, justo en el punto de fuga, una esfera se oculta tras una línea recta al amparo de una concavidad maternal. Este acierto geométrico no se olvida incluirnos en su teorema espacial.
Esta rotación inversa de astros nos deja desolados, asombrados. Amarado el ánimo, salado el canto, estrellada la mirada que lamparea el firmamento. Cuanta cosa incomprensible en este ínfimo pensamiento enlunado.
El ave fénix agoniza en lontananza, chisporrotea como tizón en agua, desparrama canto de luces entre su nido de nubes. Deja rescoldo vivo en la inmensidad, entre la ceniza oscura, para su cíclico renacer.
Un cíclope alquimista rueda el mundo con sus luminosas manos. Gira el molino hidráulico para levantar nubes del mar y vaciar desde lo alto para lustrar el planeta. Forja en la fragua del crepúsculo una gota de metal que a todo lo que alumbra da vida.