Piel mujer

¡A los nocturnos amadores!
¡A los que menos codician las viseras de la tierra!
¡A los pobres que huyen corriendo del avariento!

¡A aquellos que divinizan los desconciertos!
¡A aquellos que sienten la reintegración del amado
al concientizar aquel pulso que manda el respiro al cuello!
¡A aquellos que guardan a la virgen!
¡A aquellos incapaces de burlar a la Venus!
¡A aquellos que se inclinan ante Júpiter
para convertir en oro sus almas!

Ellos nunca burlaran al ser,
el amar, y el amar siendo.

¡Quiéreme, pues te quiero!

Tú, encina pletórica, viperina serpiente;
¿Te cansarás de ser agua y viento?

¿Quién podrá pagar tu peso
en oro y piedra santa escarlata?
¿Cuál será el demonio que calme su sed
comprándole tu amor a mi alma?

Ánimo fiero de aquel escalofrío interno
que aún no prueba el amor en el empíreo,
en las gracias.
Que despacio vaga, retoca y juega,
en la ardiente prometida sofocada.

Con la fuerza de Hermes,
con la fuerza de la Parca
pararía ríos, montaría a los tigres, abriría las montañas,
solo para oscilar al guardián y ungir el oro
de tus entrañas;
con el mismo éxtasis de los guerrero antiguos.
Mis manos el acero y el alma la carne.

A aquellos infaustos por su mal,
por no saber probar el tratar
¡Beban la cicuta de la piel mujer del amar!

Que complacientes sean los besos
que el alma niega
y volemos
entre cielo y mar, como Ícaro
destilando miel, haciendo sonoro el caudal.

Ventosos los campos del amado
y ponzoñosa la paloma tímida,
que en los senos aterriza
del guerrero antiguo
donde las manos son acero
y el alma carne.

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