Discurría la tarde entre azahares.
El aroma blanco del aire impregnaba sus cabellos ya canos.
Hubo un tiempo terso, tierno, que aún le rozaba la piel de naranja, madura, dulce o amarga según qué recuerdo le acariciase.
El frío fue siempre el mayor enemigo. Y ese viento, duro, despiadado, que balanceó sus ramas hasta la rotura.
Pero no hubo helada ni Levante que le impidiera dar fruto.
Y aquí estaba, en esta tarde indulgente de diciembre, con la vista cansada, llena de mar y azahar, absorbiendo los últimos rayos del crepúsculo, afiliándose de por vida al sol.
Mar y azahar. Tibio aroma a naranja. Invierno al sol.
El primero que leo esta mañana…y es una maravilla de las tuyas, amiga!
Bellísimo este Haibun anaranjado con el sol y el olor a azahar de tu hermosa tierra.
No dejemos atrás la poesía japonesa!
Besitos, compi!