Y me dormí sin saber, con zozobra…
Ay, sin respuesta a mi angustia nocturna.
Se me clavaba la espina en mi pecho.
Las pesadillas rondaban mi tez.
Y me dormí con la espina clavada,
con la agridulce caricia del frío.
Unas pequeñas palabras decían
al despertar de mi sueño: “te amo”.
Se iluminaron mis ojos por esas
esperanzadas letritas de luz.
Y me sentí como infante meloso…
Como pequeño bebiendo la leche
de los pezones del mundo, del sol
que me empezaba alumbrar con bondad.