Los días serán monedas apiladas. Una moneda
por cada momento feliz. ¡Ay, de quien alce demasiado rápido
su columna! ¡Ay, de quien no supo del ralentí
de la felicidad! ¡Ay, de quien quemó sus propias naves!
Ojalá no le pese. Ojalá el estruendo de cientos,
miles de monedas no rompa los cimientos.
A mí, déjenme mi humilde penique.
El cara o cruz de la fortuna.
Sé reconocerle los perfiles bajo la erosión
el níquel bajo toda la humedad que me ha robado.
Hoy lanzo mi moneda al aire y apuesto
a cada una de mis derrotas.
Pero algún día, si en verdad Dios existe,
descifraré la física del equilibrio. Y allí,
sobre el filo imposible del redondel
se erigirá mi futuro, sostenido
por las más grandes columnas
de felices monedas merecidas.
Ya te había respondido con un comentario grande y meditado, pero se me agotó el tiempo de conexión y perdí todo el texto al intentar volver a conectarme.
Me encantó tu poema. Aleccionador, y con un mensaje digno de meritos.
Abrazo
Uff, excelente poema, con gran fuerza, a manera de equilibrada y mesurada introspección!!!
“A mí, déjenme mi humilde penique.
El cara o cruz de la fortuna.
Sé reconocerle los perfiles bajo la erosión
el níquel bajo toda la humedad que me ha robado.
Hoy lanzo mi moneda al aire y apuesto
a cada una de mis derrotas.”