PALADÍN DE LOS ESTADIOS (Romance Heroico Libre)
Va de conquista un héroe sincero
como aquél Don Quijote de Cervantes.
Él es un valeroso salvador
que avanza así la lluvia nunca escampe.
Aunque no haya iniciado todavía,
la empresa es una hazaña por cumplirse.
En tanto su escudero lo acompaña,
su espíritu es tan ágil como un lince.
El temor es un recurso importante,
sin embargo él es todo lo contrario;
el antónimo del hombre cobarde,
su apodo: ¡Paladín de los estadios!
Como es propio el amor de la doncella
se reclama arriesgando aún la sangre.
Ya que Bella hace frente a su mención,
¡El varón haría algo inalcanzable!
El padre de la hembra por desposar,
el mismísimo monarca en persona;
quiso darle una prueba de su talla:
¡Una que no superen ni en la Roma!
Atravesar el bosque de los muertos
y en el valle infernal recuperar
con valía el mítico talismán
del cuello de una bestia colosal.
Pero antes de emprender la travesía,
la princesa que inspira a su valiente;
se levanta la falda muy discreta
y muestras sus tobillos nada enclenques.
Varios participaron de la ultranza,
hasta al criado se le iba la quijada
pero el noble guerrero de reojo
tan siquiera a ella apenas la observaba.
Su escudo y su armadura relucían,
agitaba su espada con destreza;
sentía a la princesa siendo suya
pero el cuento encierra una moraleja.
Despedido en la bendición del rey
se dirige el gallardo entre gallardos,
se abre paso a senderos sin dominio
y se vuelve tenebroso cada árbol.
Aparecen los lobos espectrales
lo último que pudieran ver los ojos.
El ayudante tiemba de pavor;
nuestro insigne con vigor presuroso
desenvaina cubriendo cada flanco,
traspasa a dos y a tres sin mucho esfuerzo;
se van desvaneciendo entre la niebla
sus formas en contacto con el hierro.
Al encontrarse en el valle infernal
vislumbrando la fortaleza magna;
se extieden al haber las osamentas
y el olor del azufre por el magma.
De repente ya estando ambos adentro
oyen a alguien cantando una rapsodia,
y una sombra se cruza tras las lámparas,
la figura más atroz de la historia;
que al verlos enmudece el bello cántico
contrariándolo en su aspecto de tigre,
con cuernos, siete colas de serpiente
y el bramido que indica lo terrible.
El susto hace correr al escudero,
en cambio el temerario no se inmuta.
La bestia se abalanza con sus garras,
más a él su rival no le preocupa.
Pero muy a pesar de su habilidad
se siente fatigado en la batalla,
le dice al indeciso que se quede
y que lo ayude a completar la hazaña.
Así fue como el miedoso en ayuda
distrajo a la cruel bestia en plena riña
En eso de la piel impenetrable
un costado se abrió cual mantequilla.
Cayó al suelo rogándole piedad
pero el héroe acabó su oración
y tomando el talismán victorioso
celebra por llevárselo a su amor.
De vuelta el alardeo de su triunfo,
despertando la envidia más grotesca
y confiándose hasta estando dormido,
su amigo ejecuta la obra funesta.
El talismán lo entrega quien no debe,
pues al héroe se le pasó el tiempo.
Se casa el escudero y la princesa
en el castillo se hace el nombramiento.
David Contreras
Valencia, Venezuela
(30-03-21)