Me asomo
al paisaje, cortado
por el mismo sastre
que cortó
la tela del silencio.
Allí se dibujan
las siluetas
trazos de personas
que rehusaron
convertirse en monigotes
y escogieron
vivir en la ciudad del ojo amurallado,
donde las plegarias de la neblina
se abren como cúpulas
que dejan ver en los altares
a las almas desnudas
haciéndose el amor.
Me lavo
la boca
me limpio el paladar
de blasfemias,
me he quedado solo
porque no encuentro
mejor manera
de vivir acompañado
que conmigo mismo.