Despacio, muy despacio. Tan despacio.
Aquí los sueños se envanecen, hieren
de profundo espanto y celosía.
Nada queda tras el fuego que oculta
la certeza del silencio que escucho,
adensarse, ceremoniarse, tras
las torpes palabras que se disgregan
en un oscuro recodo del llanto.
(Y la angustia de ser Dios, la inhumana
certeza de no morir como premio,
¿a quién importa? ¿de qué remotísima
memoria del hielo y la llama, crece
ésta savia sin muerte?