Tengo miedo pero solo cuando la pienso…
Líquidamente, un termómetro.
El vecino está riendo, y eso me importa mil veces más, que cuando se lo preguntan cuando va llorando.
¿Crisis de los opioides?
No lo sé de cierto, quería ir al súper y terminé en el campo.
He de cortar una parte jugosa de mí, para poder crecer, sin duda alguna, soltar el abanico entero de dogmas, antes de pagar la primera caseta de mi transición.
¿Piedras de la eternidad?
¿Es cierto esto? ¿Para qué o en qué sentido?
Nos lastimamos por y para siempre, por voluntad en algunos casos, y en otras situaciones, de forma colateral, gradual y sin desearlo.
Soy gratitud y también tebaina. Un genial observador y un idiota maravilloso. Desconozco a la fecha por qué será, que entre estas ráfagas de alejamiento y alojamiento tristemente por lapsos, con la pesantez de carencias compartidas, me sitúo bastante lejos de distinguir el mínimo mecanismo de las cosas que nos rodean.
¿Qué fuerza recuperará el hambre por cada bocanada de aire con que nos alimentamos?
En casi cada crisol, seguimos siendo niños con cuerpos, espíritus, mentes y pieles desgastadas.
Variaciones y balanzas.
¿A qué niño haces alusión?
No sé…
Repito, ¿ a qué niño?
Al que entregaron a los lagartos. Con sus diamantes, con sus momentos, infectados de patrañas.
A veces el orden requiere cuantimenos un leve sacrificio. No se puede salir despavorido y darse un chapuzón, en el agua verde de los azufres, si no has tentado primeramente el fondo pedregoso. Cortarnos por doquier, los pies, al rasurarnos y saber que mi humanidad es un vector frágil, lo decían en el programa después de las noticias : alterar y cambiar son lo mismo, depende el énfasis, así el destino y su habitual manera de hacerse enseñar.
Acomodarnos, de mí hacia ti, de ti hacia mí, y así con cada pieza del entorno y en diferentes direcciones, sin tratamiento ante el dolor, o para una paz lejana a cualquier motivo.
Criaturas y cicatrices psíquicas enfrentándose, por centímetros y posesiones, en medio de la agreste encarnación de moribundos y transitorios, láudano en el karma insensible, de algún dios cansado de juzgar, tras la cámara de los camerinos.
La ayuda crea más inutilidad que independencia, se transforma en un lazo invisible, en aquel interruptor al aventurero dentro de cada uno cuando experimenta. Y es por eso que en Alemania cobran por admitir que te obstaculizas con una religión.
Dejar a cualquier criatura vivir en tu espacio, será a la larga tu condena, hasta los insectos se comen las esquinas, lo mismo pasa con el efecto del pasado o del futuro, dipsómano de impredecible familiaridad.
Y sin ánimo de ofender a quien no se revuelve con el yo que fue hace cinco minutos en este autodescubrimiento, ser ese nivel de escombro requiere una multa y el escrutinio, ¡ cada quien su vida! Pero no se puede ir por ahi, retrógrada y simplista, hacen falta vicios excéntricos que nos definan en alguna superficie.
Crónicos pseudo adictos, iba por agua simple y ahora las mimosas me hablan, manifiesto mi ancla en el presente, te bendigo y lo admito, mientras caminamos a ultrajadas alrededor de pronunciadas barrancas, eres tú ese ángel, que abrocha el cinturón a tu alma.
Estamos ahí, sin importar el destino, las idas y venidas, somos de corazón chiquito, ese perro que se alegra cuando vuelves a casa, porque sin ti, solo es grande, monocromática y vacía.
¿Y quién no puede ser adicto a esto?
Así fue, así es y así será. Los vencedores terminan juntos, porque en definitiva no estoy listo, para un universo traducido con filas de arbustos, para dejar a mis sueños atrapados en el baño de un camión.
Y te percibo, en la oscuridad donde también fluyen otros biorritmos.