Hay sentimientos que son oleaje en el mar del tiempo, vienen y van en la playa de nuestra vida.
De vez en cuánto llegan mareas potentes. Hasta puede que algún día nos impacte un tsunami de amor o de odio y arrase con todo en nuestra isla. Que derribe palmeras y casas, que no deje rastros de otras olas pasadas y las futuras tarden algún tiempo en curar las cicatrices de nuestro corazón de arrecife coralino. Los juncos doblados tardarán en ponerse de pie, los troncos quebrados en retoñar. Los nenúfares tardarán en asomar su tímida blancura en los esteros. Los cangrejos con lentitud volverán a cavar sus hoyos en la arena.
Pero todo pasa. Aunque nos pese.
Seguiremos amando el mar que nos acicala parsimoniosamente con su lengua de agua. Ola tras ola. Hora tras hora. Hasta que nos diluya en ese mar de tiempo.
Creo que a todos alguna vez nos ha llegado un tsunami, y nos arrastra a sentimientos que nos hace ser según el caso feliz o infeliz.
O maremotos que derriban credos, palabras, posturas, y nos hace vivir aunque sea por instantes emociones que creímos ya no existían.
Sin lugar a dudas, el amor lo puede todo y de vez en cuando es necesario un pequeña dosis de odio para balancear y a veces reaccionar.
Me encantó ese oleaje que viene y va.
Abrazos
El mar tiene un hechizo del cual una vez que caes, es muy difícil desprenderse. Estamos igual.
Como anécdota, mi abuela decía que el mar era mujer (no sé si por eso se le dice “la mar”) y en su fantástica mitología nos decía que no deberíamos bañarnos en Semana Santa en el mar salvo que llevásemos calzones o ropa roja, de lo contrario nos iba a convertir en sirenas (supongo que a los hombres en tritones).
Yo me digo que algún infortunado día violé esa regla de la abuela y en efecto, no en lo físico, sino mi mente y pensamiento andan atritonados por los caminos terrestres, pero no pueden prescindir mucho tiempo de ver y sentir el mar, ese anfibio sentimiento no puede irse muy lejos de las playas.
Rotundamente cierto, hay marejadas que nos descomponen el paisaje, que nos hacen dar traspiés, que nos llenan de resaca. Pero seguimos enhiestos, firmes, dispuestos a adaptarnos y sobrevivir esas alteraciones tectónicas para disfrutar días de calma, soleados, de esas olas y aguas calmas que puede ser la sonrisa de un hijo, la platica de un amigo, la ternura de unos padres.
Muchas gracias por tu visita y comentario, un abrazote tropical!
