Carne turgente,
espuma derramada en un momento
esculpida del tronco originario,
en cósmicos instantes.
Espora de amor
arrebatada al sol de la ternura,
que ha destrozado las sendas y los cauces
y hoy pisa, vacilando, las tinieblas
del mundo circundante.
Fue forjado de nubes y promesas,
de sueños y de paces,
de música y de gloria,
de silencio y coraje…
Y, sin embargo,
no es más que carne y sangre;
no es más que humo que se expande
en medio de este valle, cada día,
como las brumas al caer la tarde
(como el silencio se estira en nuestros cuerpos
cuando acabo de amarte).
No es más que una estructura
de huesos deformables
con un millón de redes y canales
de flujo inacabable;
el dibujo, que una noche acalorada,
trazamos en el aire.
Sí, mujer,
no es más que el dulce arrullo
que resbala de mi carne, a tu sangre.