No siempre el amor
nos deja descansar de la ceguera
y lo invitamos a pasear a esos lugares
a los que nunca iremos.
Es bueno a veces,
conducir un domingo sin rumbo alguno
mirando los reflejos de los árboles
y de pronto una liebre
que atravesó la carretera nos asusta.
Un poquito de aspereza y desgano
nos alejan del tedio infinito de la tarde.
No siempre el amor nos lleva a alguna parte
y volvemos a casa
con una lluvia gris en la ventana
y la noche triste cayendo calle abajo.