El niño amnésico duerme poco y sueña demasiado. Confunde recuerdos con deseos. Motivo por el cual, la realidad nunca está a su altura. Y por eso la convierte en algo irreal. No comprende qué ha pasado, la vida, tampoco entiende su finalidad. No puede decir que sobrevive pues, para soportar el mundo, ha decidido convertirlo en una pesadilla.
El niño amnésico pareciera que tiene cientos de años. Murmurando lo cansado que está ya de vivir y, paradójicamente, agarrándose a la vida como un clavo ardiendo. Cree ser mayor, pero sólo es un niño atrapado en una caja. Allí se emite una película una y otra vez. No quiere mirar, pero no hace falta que le abran los ojos como a Alex DeLarge en La Naranja Mecánica, porque la película se está emitiendo ahora mismo en todas las paredes incluso, si es necesario, en el interior de sus pestañas.
Y se deja llevar por la culpabilidad, de todo lo que ha sucedido, da igual, aunque él no fuera el responsable, porque es incapaz de asumir el papel de víctima. Y decide enfrentarse a la vida con muchas más energías de las necesarias y destruir todo aquello que no entiende o que no le parece justo. Y, bien lo sabes, ése es el mejor sinónimo de autodestrucción.
Al ver su sufrimiento intentas darle tu calor. Pero no quiere escucharte, te aleja y te pierdes en un mar de lágrimas que caen al suelo emitiendo un sonido sólo por él perceptible. Es el sonido que rechaza la felicidad. Sólo quiere perderse en él para que no vuelvas a encontrarle. Sin embargo, te mira desde una cara sin rostro y te dice, tan bajo, casi sólo con el sonido de su mente: “No llores, por favor” y conviene en que no es la frase más original del mundo.
Busca las palabras exactas, capaces de curar todo tu dolor y acallar las voces de todos los huecos a vuestro alrededor. No las encuentra y, se dice: “esto no va de nosotros dos, sólo yo tengo que sufrir”. Y te culpa por no odiarle, haciéndote saber que le has infringido un dolor irreparable.
Entonces corre. Hacia donde, da igual. No encuentra, busca hacerse daño repitiendo los mismos errores con la única esperanza de que en algún momento, al fin, le dejes solo. Salta por mil ventanas, cortándose la piel solamente únicamente con tal de engendrar cicatrices que justifiquen su dolor.
Niño amnésico
Las personas sólo son dibujos en un lienzo, personajes de un cuadro impresionista, rodeadas de figuras irreconocibles y compuestas de partículas de realidad habitadas por mil fantasmas ávidos de sangre. Por eso le asustan las personas, no porque pueden hacerle daño sino porque es él quien puede hacértelo. Porque se ha identificado tanto con el dolor que querría ser capaz de erradicarlo de la faz de la tierra. Mas nunca encuentra las palabras exactas, aquellas que conseguirían hacerlo desaparecer, entonces piensa hasta que no le quedan fuerzas. Y cuando no le quedan fuerzas, cree volar. Y cuanto más alto vuela, más bajo cae.
Porque es culpable de todo y porque ser culpable es su pasatiempo favorito. Porque no sabe hablar y nadie le entiende, porque su voz parece un sonido ininteligible y vacío de contenido. Porque a las personas reales no les divierten los sentimientos irreales y los deseos trastornados.
Las persona reales no entienden que sin los edificios, los coches, los padres y las madres ausentes, las señales de tráfico ignoradas, la velocidad terminal, las aceras, el dinero, la violencia cotidiana, las correas, las imágenes, los asesinatos, las guerras inmisericordes, las violaciones, sucias y crueles, los golpes, la sangre en las noticias, el pánico terrorista, el deseo de acabar con todo, el maltrato, la desilusión, matar por dinero, la decepción y las lágrimas, ya no hay lugar para la literatura.
Niño amnésico
Si el niño amnésico no hubiera olvidado aquellas primeras palabras, las mismas que un día te hicieron pensar en él, intuir quizá solamente un instante de verdadera felicidad, el mundo ahora no sería un desierto rojo, ni la arena simple mezcla de lágrimas de sal y sangre.
No sabe de qué manera decir que es por ti, por ningún otro motivo.
No sabe decirte que sin ti ya no importa.
No sabe decirte que él sabe quererte, pero no sabe amarte.
No sabe decirte que, sin ti, no habrá más literatura.