Niebla

Desde marzo vivo en un paisaje de contornos inciertos. La ciudad de Murcia, sus avenidas, sus jardines, sus calles de jacarandas, las sombras violetas junto al río, el agua calma, el susurro de viento rizando su superficie, todo y nada, están como ocultas por una niebla densa, la que empaña mis gafas y, a veces, se condensa formando gotas de agua que se deslizan por el cristal.

Desde marzo pienso cómo será el gran poema de la ciudad pospandémica, o del gran relato, y siempre los imagino envueltos en una niebla densa, con un vientre infinito que todo lo abarca. Un poema en un vientre, una novela girando en espiral en un enorme y terrible vientre (como la belleza que nunca termina de nacer). La ciudad de la luz, del aire limpio y brillante, de las líneas marcadas de las sombras pasado el mediodía. Y entonces pienso en el Londres del Siglo XIX, en un río envuelto en la niebla, en las prostitutas sin rostro, en los árboles sin silueta, en la muerte que se desliza del centro a los barrios que un día visitó y describió jack London.

Sé que la subjetividad oculta luces de borrasca, que la niebla permanece solo frente a mí, que se mueve cuando yo me muevo, que me silencia cuando quiero gritar, pero cruzo las calles y contemplo las tiendas cerradas, letreros de “se traspasa” o “se vende”. Una librería en liquidación apila libros en la acera, se venden casi al peso. Tres mendigos me piden una ayuda en apenas medio kilómetro. Y yo no los veo porque vivo en una eterna niebla desde marzo. ¿Y qué puedo decir?, ¿y qué puedo gritar?. Delante de mi solo se mueven sombras, ya no contemplo ese horizonte despejado que invitaba a la confianza en el futuro. Todo aquello es pasado.

Porque desde marzo somos cristales rotos esparcidos al azar.

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Una triste realidad, muy dura, la pandemia nos cortó las alas para volar. Muy bueno tu escrito. Saludos