Negociaciones

Escupía palabras. No, no hablaba. Lanzaba las ideas como puñales. Así era imposible alinearse en su trinchera. Ya no tenía cuerpo para más batallas.

Me retiré con el espíritu en el bolsillo. Hastiada y frustrada. Así era imposible que ninguna negociación llegara a buen puerto.

Lo más grave de todo es que él era nuestro portavoz. Los demás no estábamos de acuerdo con sus maneras, con sus desmanes pero agachamos la cabeza y callamos. Éramos mayoría, pero una mayoría cobarde y sumisa.

Hablé con mis compañeros al día siguiente con la firme intención de encontrar aliados y hacernos con la portavocía y así encauzar las negociaciones. Pero me encontré con una jauría de irresolutos: ladraban con el rabo entre las piernas.

Quizá era el momento de tirar la toalla

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