Tu carne enraíza sobre la mía
entregándome a un sueño verde y eterno,
rebosando mis venas con tu savia.
Me transfiguras y alimentas.
Me destruyes y renuevas,
renaciendo en pozos de luz
anegados de néctar estelar,
volviéndome uno con el entramado infinito
que se desdobla en mil universos.
Pero, aun así, te aprisiono en mi contorno,
te consumo, fina y fría
como un agua risueña y cantora,
almibarada de matices astrales,
destellos intangibles de fragancia equidistante
desplegados en espejismos de bruma.