En tus tormentas te ofrecí cobijo,
sequé tus ropas y me tendí junto a ti para darte calor.
Hice de tus inviernos, veranos.
Hilvané abrazos y palabras para acallar tus miedos.
Y abracé al silencio cuando todo lo demás sobraba.
Me dejé ganar en cientos y cientos de batallas,
conquistando todos y cada uno de mis bastiones.
Cerquaste a mi persona.
Y todo por una sonrisa.
Fui desierto. Mar.
Páramo.
Y hasta jardín para tus primaveras.
Pero me equivocaba.
Pero me equivoqué.
Y es que no supe leer en tus labios
que ya no había besos que robar.
Me aferré tanto al recuerdo de lo que fuimos
que no me percaté de que ya no querías ser
faro.
Ni refugio.
Mi hogar.
Querías ser isla.
Brisa.
Y perderte en otros océanos.
Naufragar.