Encima de las aguas
que adormecen cristales
malheridos de tiempo,
sumergidos de ensueños
en tintas infinitas
que todo se lo tragan…
Yo siempre supe irme
camino del ocaso,
amarrado a un destino
vagabundo y errante,
peregrinos los saltos,
los pasos, los amores.
Eran los ecos fríos
que emergen desde el suelo
y suben por las piernas
y estremecen el alma
de una vasta certeza:
El tiempo del ahora
tiene los pasos justos
y los muelles no vuelven
los abrazos perdidos,
por más versos que sangren
las plumas de los poetas.
Compañera celeste,
el ocaso ha vencido
nuestro abrazo más hondo,
y otra vez como antes
será hasta otro crepúsculo,
distinto, renovado, colorido
de la misma certeza inevitable
de otra nueva partida.
Acompañarle ha sido
todo lo que he logrado
en este tiempo ido.
Quizá no lo recuerde
en esta tarde ausente
en que nos depedimos,
a tientas por el mundo
que dejamos a un lado
mirando hacia el poniente…