Hasta los frutos maduran
a la hora del estío
y el mar se muere en la playa
cuando le llega su hora.
Las palabras aturdidas,
regresan a la morada
viendo que el grito se apaga
por esas calles vacías.
Los ojos, ya tan cansados
quieren bañarse desnudos
y las rosas se marchitan
y lloran la despedida.
Los nardos ya no se abren
para verlos florecidos
y va llegando la noche,
dándole la espalda al día.
Se despojan las campanas
en el bronce envejecido
y la música no suena
en la miseria escondida.
A tientas llega la sombra
sobre los senderos ciegos,
con su canasto repleto
de pedacitos de cielo
y llegan llorando a mares
porque el viento estaba herido.