Mis últimos días de cordura

Las sombras de los árboles me recuerdan que ya es tarde, que las tinieblas habitan en la luz con esos dedos gélidos de aspereza glacial. Recorre la noche las olas del pasado con una sortija en cada luciérnaga, caen las nubes y la escarcha empaña los cristales de la luna. ¿Quién desea pervivir a los sueños traicionados por el tiempo y la distancia? ¿quién…? Y ahora que veo tus ojos en la espesura de la sal, blanca mano que recorre con el viento las ondulaciones de los astros que alguna vez fueron lucernas en el infierno, y te siento cerca como el helecho sobre el que deslizo mi cuerpo de corteza de abedul, pienso que la realidad es hermosa, a pesar de los pesares y de los cantares de los que predican con el ejemplo su bastarda condición.

Dulzura etérea que amas la naturaleza y sus ríos de amplias anegadas, que llamas a la lluvia desde la desnudez de los chopos en otoño, que persigues la quimérica perfección en los arcos góticos y en los palacios derruidos por la pólvora y la máquina de vapor.

Etérea dulzura que deletreas la palabras amor y la grabas con la sangre de las mariposas en las perlas de rocío cada alborada. Cruzan caballos de nieve a cada palpito, vuelan los hombres como birlochas a merced de las briosas tormentas de arena del desierto añorado.

¿Quién…?

Idolatra las palabras que pongo en tu boca, húmedos labios que recorren con su memoria los besos perdidos en las profundidades abisales, allí donde la oscuridad es eterna y la desdicha ley de vida. Ama con pasión lo que siempre fue tuyo porque nadie, ni los sacerdotes de Wall Street ni los poetas que cantan a la pasión de un amor físico desbordado, podrá arrebatártelo con plegarias en iglesias, sinagogas o mezquitas.

Pero sobre todo sé tu misma, canto de alondra en los azules de la primavera, y busca el misterio de la existencia en el vuelo libre de la mañana, sin ataduras, sin escopetas, sin miradas de desaprobación, sin el agua que se escapa a cada instante de tu mano y que vuelve a ti como un mar turquesa vestido con los gozos de la alegría cósmica.

Volvemos al mar como los ríos, como las lluvias y las olas, como el viento que agita tu cabello rojizo y lo enamora con los rizos del crepúsculo. Allí estás tú, en medio de las certezas de mi inexistencia, humo que asciende y se esfuma en la mirada perfecta del halcón y de la encina.

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Una belleza poética este escrito!!
Me pareció maravilloso y lleno de lirismo!

No tengo palabras para este final…

“Volvemos al mar como los ríos, como las lluvias y las olas, como el viento que agita tu cabello rojizo y lo enamora con los rizos del crepúsculo. Allí estás tú, en medio de las certezas de mi inexistencia, humo que asciende y se esfuma en la mirada perfecta del halcón y de la encina”

Un abrazo, Paco! Te leeré más a menudo, compañero.

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Dulzura etérea que amas la naturaleza y sus ríos de amplias anegadas, que llamas a la lluvia desde la desnudez de los chopos en otoño, que persigues la quimérica perfección en los arcos góticos y en los palacios derruidos por la pólvora y la máquina de vapor.

Preciosa tu prosa @pacosaura
Abrazo.

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