Y se fue…
y nunca más supo volver,
o no pudo,
o no quiso
volver a llenarse de barro en sus raíces de siempre,
han pasado muchos años
y aún le duele el recuerdo
de un cartel olvidado en el viejo aeropuerto,
que entre lágrimas ocultas, decía… irónicamente:
“El último que se vaya,
que apague la luz…”
Cuántas cosas
significaba aquello…
cuanto dolor escondido,
cuántas ilusiones perdidas,
cuanto futuro incierto,
cuantos besos y abrazos
en dolidas despedidas.
Eran tiempos de cambio,
en su gran mayoría
obligados, por hambre, miseria , política, falta de libertad y que se yo cuántas razones más…
su tierra
se vaciaba poco a poco,
de vida, de ilusión, de fantasía…
muy malos tiempos para arriesgar lo poco que había,
que era prácticamente la nada
Y fue uno más,
junto a su fiel compañera,
amiga, madre, esposa, consejera,
con sus hijos pequeños
y mucha vida en las pupilas
que había que llenarlas de alegría…
sólo eso,
ya era más que suficiente,
pero cuanto costaba conseguirlo…
Se quedaron las rosas sin que nadie acaricie sus pétalos,
se quedó la leve brisa de la tarde
sin enamorar la luna,
o tal vez si…
pero ya no lo verían…
En fin…
dejaron de ser… para empezar a conocer un mundo nuevo, ni mejor ni peor,
diferente…
Y hoy esta aquí
y aún sigue estando allí…
quizás le falte encontrar la respuesta,
de si alguna vez,
perteneció a algún lado…
Seguramente, nunca encontrará su sitio,
porque ser emigrante,
es sentirse extranjero
en todas partes…