No había nacido y mucho tardó en llegar, pero José
tuvo su Pilar —nunca mejor dicho—. Tuvo
su regreso al país natal, en la otra orilla del Tajo
a ese niño que no tuvo más ambición
que comprender los sueños
del abuelo Jerónimo.
El premio a su melancolía, a ese afán de cumplir
con lo que le estaba dado, de esperar
por las palabras que debían ser dichas,
fue la inmortalidad. Y yo no aspiro a tanto.
—Él tampoco lo hizo—.
Solo busco sobre la ciudad
como desde lo más alto de una haya
la mujer que me sostenga, mi propio pilar.
Tiempo hay, me diría desde el fondo de la caverna,
desde los oscuros pasillos del Registro Civil,
desde un país al que no llega la muerte. Tiempo hay.
Basta ser paciente.
[Con el homenaje y la gratitud a José Saramago]