Mi aliento se debate en tu cintura,
corola de tu sangre estremecida,
y enarbola de luz la descendida
vigilia de tu sangre en aventura.
Me alimento del vino de tu altura;
de la copa de brisa oscurecida
de tus cabellos, donde la escondida
materia de los sueños nos augura,
la perfecta y dulcísima pradera,
el perdido jardín de los veranos,
la dulce y deslumbrante primavera.
Y tu voz desemboca entre mis manos,
perfume evanescente de la espera,
de encendidos silencios tan ufanos.