Bajé al mundo
con el alma desnuda
recorriendo aquellas esquinas
donde contigo veía
escenas urbanas,
tejidas de felicidad
y aires de fiesta.
Solo conmigo
la luz de las farolas
ya no es tan brillante
y, donde había vida,
sólo queda soledad,
miseria,
antiguos rencores
y nuevos reproches.
En plena resaca
bajé al playa.
Quería ver otra vez
un amanecer rosado
y, junto a la orilla,
las olas mansas
jugaban
a enterrar y desenterrar
los cadáveres de cien mil medusas
que no supieron volver a casa.
Y recordé una infancia
que no era mía.
Una abuela,
un dibujo oriental
cubierto de arrugas.
Cuánto me quería.
Y de noche
cuando todos dormían,
hacía fresco
pero no frío
y caminaba por las rocas.
El mar,
brillo púrpura,
pulmones silenciosos
esperando a algún incauto
para volver
desde el Pacífico
a quemar el mundo.