Magia en Milán

¿Recuerdas? Recorríamos carreteras sin asfaltar, en una imitación de patio, con un muro que no llegaba a rodearlo del todo. Siempre nos preguntábamos por qué habían puesto una puerta ahí, después olvidábamos que estaba y seguíamos corriendo hasta que nuestros padres llegaban y nos devolvían a casa.

El suelo lleno de tiza y pisadas, nuestras rodillas rojas y nuestras batas sucias. La mía era azul, la tuya rosa. Te morías de risa cuando intentaba borrar sus colores con una goma de Milán.

Llegábamos a casa y nuestras madres siempre nos reñían, cómo era posible ensuciarse tanto, pero daba igual porque sus pieles eran suaves y sus besos dulces.

Dibujábamos sentados en mesas triangulares que formaban un hexágono. Mirando mis dibujos nadie hubiera podido adivinar cuáles eran los árboles y cuales las personas, si aquello era una casa o un lago, si el sol estaba triste o sonriendo.

El portero con su pelo gris alborotado sólo sonreía cuando no podíamos verle. Vivía en el colegio, no existía más allá. Las mañanas de tormenta, cuando se iba la luz, te abrazabas a mí, asustada, pensando en que aparecería en cualquier momento con semblante serio y los ojos de color amarillo brillante. Quería protegerte y ser tu novio, aunque no supiera bien lo que aquello significaba.

Un día mi hermana mayor nos dijo que para ser novios teníamos que besarnos. Nos abrazamos y lo hicimos, en la mejilla, no sentimos nada especial. Preferimos seguir jugando al escondite, al corre que te pillo, a la comba y sólo tú a la goma, porque era un rollo. Alucinábamos cuando la profesora traía tizas de colores, escogíamos una al azar con el pinto pinto gorgorito, pintábamos en la pizarra y de vez en cuando las chupábamos, tenían pinta de estar muy ricas.

Atrapábamos sumisas mariposas entre nuestros dedos, hasta que un día la Señorita nos dijo que al tocarlas separábamos los polvos mágicos que había en sus alas, y ya nunca más podrían volar.

No sabíamos que nosotros también un día dejaríamos de hacerlo. Desconocíamos la revolución industrial pero daba igual. Tu familia tenía que mudarse y nosotros que separarnos. Hicimos nuevos amigos y nos olvidamos.

Veinte años después apareciste en un bar y nos reconocimos enseguida, nuestras expresiones seguían siendo las mismas. Repasamos recuerdos inconclusos, intercambiamos nuestras canciones favoritas y volvimos a besarnos, con lengua, qué asco, quién lo hubiera imaginado.

Decidí que dabas el perfil para convertirme en la protagonista de mi mejor película y te apunté con todos mis focos. Saltabas sobre la cama, tu pelo se alborotaba y, al caer sentada, volvía siempre a su posición inicial. Entonces, estallabas en carcajadas.

Y sentí la calidez y la esperanza en mi interior, nada había cambiado.

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Qué bonito tu decir, en esta prosa poética!!!

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Muchísimas gracias!

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