A Lucas le gusta que le acaricie el lomo
antes de echarse la siesta a mi lado.
Apoya sus patas
en el brazo que tengo estirado
y me mira con la mansa ternura
de quien acuna por primera vez
a un recién nacido.
En este silencio cómplice, casi sagrado,
yo le observo también;
va cerrando los ojos poco a poco
hasta que el sueño me vence.
La idea platónica de refugio
debe de ser esto:
una trufa de hollín húmedo
sobre un brazo adormecido.
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Y sí ! !
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¡Así es!
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Sentidos versos para la buena y fiel compañía de Lucas, poeta!!
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¡Gracias!