Cometí, ingenua
esa torpe imprudencia
de multiplicar mis años
a través del tiempo,
para engullirme
en esa supuesta “libertad”
con la que se escribe
la edad adulta
Y desprendida
del cordón umbilical,
me enfrenté
en vivo y en directo
al circo de la vida
exponiéndome,
de repente
entre garras y lamidos
a todas sus fieras
Y aprendí el arte
de maquillarme
para cada ocasión,
y a endeudarme
a base de renuncias
entre tímidos órdagos
e intensos sacrificios,
para alcanzar
algún que otro sueño
Y aprendí que ese amor,
el llamado romántico
no es un cuento de hadas,
ni una eterna alegoría
que envuelve de besos
la infinitud del poema
sino más bien,
una breve metáfora
en la éxtasis de un verso
que se disipa
la mayoría de las veces,
cuando su lectura,
desteñida de letras
y abandonada a su suerte
deja de prender miradas
Y aprendí a dialogar
entre dotes diplomáticas
con las soflamas del enemigo
aquel, que suena a dinero
o quizás, calce el poder
que si bien,
se atrinchera
en el búnker de su tiranía,
también me caldea
con el fuego necesario
para no pasar frío
Y después de aprender
los oficios de la vida
de vez en cuando,
los desaprendo
y regreso rauda
como una paradoja
al origen de mis tiempos,
refugiándome
en mi única verdad
esos pechos avejentados,
aquellos que en su día
me vieron nacer,
acunándome
como antaño,
entre las horas de mi infancia