Sueños, ahora callados, advierten
un paisaje de humo y niebla vespertino,
nunca supo de su futuro demacrado
por sus odios, por sus miedos,
atrapados en la inhumana injusticia.
Ya no hay dioses, ni paraísos,
la sangre calcinada
baila el nombre de sus muertos,
y cada noche una azada de hierro,
que implacable, cava un agujero
cuando todo es ceniza desolada.
Acaricia el cuello la guadaña
del anciano solitario
que remata su existencia
en el último desfile de los años,
con el último beso
sobre un rostro cadavérico,
sangre de su sangre sobre el campo de batalla.