Qué tendrá lo bueno…
Qué tendrá lo bueno
para ser tan deseoso, tan deseado, tan deseable,
ya sea en nuestras risas o en nuestros besos,
en nuestras vidas o en nuestros cuerpos,
en nuestras luchas o en nuestros planes.
Qué tendrá lo bueno
que nos acucia a preservarlo, a digerirlo, a contenerlo,
aun cuando olvidamos o intuimos que sabemos
que no todo lo bueno es contenible, digerible o preservable,
ni en las chispas de un encuentro,
ni en las prisas de un momento,
ni en las pieles del lenguaje.
Qué tendrá lo bueno
para vivir ajeno a los desmanes
de una memoria ataviada con agujeros,
predispuesta a distorsionarlo con recuerdos
imprecisos, traicioneros, insondables.
Qué tendrá lo bueno…
Quizás nunca llegue a descubrirlo.
Quizás nunca llegue a comprenderlo.
No importa.
Sólo anhelo
ponerlo a los pies de lo probable,
de tal forma que lo bueno,
la próxima vez que nos armonicemos en el eco de un instante,
despierte, sonría y ande.
¿Hacia dónde?
Hacia los doses que ponen las ganas delante
de los sueños
para hacer que el amor, hasta el más pequeño, baste.
Quiero decir que no quiero retener lo bueno.
¡Quiero fabricarlo, provocarlo, componerlo,
para que podamos, con sus caricias felicitantes,
deleitarnos, revolcarnos, complacernos!
Qué tendrá lo bueno…
No lo sé. ¡Pero lo quiero!
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La otra luna de la cara (2024)