Con su escape inadvertido, solo quedó el recuerdo y un ademán fugaz de despedida. Es que a veces, confundimos la fuente con el río. Debí, aprender a desacostumbrarme; a dejar los apegos guardados con candados y a aguzar mis sentidos, escuchando mi voz interior, sin hacer ruido. Entonces, caminé todos los días cerca de los inmensos abedules, con el sonido de las chicharras estridentes, sabiendo que, poco a poco…se apagaba la tarde. Después, me preguntaba qué había quedado de él; de sus manías, sus bostezos, sus pasos contados y sus largos silencios. Y, sin sentir dolor, pasado mucho tiempo, miré mis manos y pude ver la huella tan profunda que dejaba. Desde entonces, me adueñé de sus silencios, en una liberación tan necesaria, de la que nada más, quedó el recuerdo.
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¡Me encanta! Felicidades por el texto.
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Ahh como cuesta conseguir esa liberación para ser tan solo un bello recuerdo, muy expresivo, poeta!!!
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¡Me liberé! Gracias al cielo me liberé.
Un gran aplauso. Aplausos, por esta historia de psicosis
A flor de piel.
Bellas letras. Ese camino de liberación personal…cuánto cuesta, pero se consigue.
Abrazos, Lucía!
Gracias, por pasar y comentar.
Así es, poeta. Agradecida por tu lectura y comentario. Un abrazo.
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