En la primera edad,
lo que nunca sería y lo que fue
no estaba claro,
el mundo parecía
dulce, azul, suave, grato,
-incluso feliz-,
y las aceras,
antes de que se mancharan
de alquitrán,
eran castillos
de arena.
En la segunda,
atravesé la madrugada
sólo para aprender
que los besos
no sabían a nada,
y que el frío
quemaba igual
en todas las camas.
Hasta llegué a amar
alguna vez, -a mi manera-,
áspera, esquiva, tosca…
pero encontré la forma
de explicar
que no importa,
de decir lo siento,
de pedir perdón,
aunque, a veces,
no lo merecieran.
La tercera,
-la más difícil
por saber callar a tiempo-,
rompí cadenas
para hundir los barcos,
corté la cuerda
inagotable del pasado,
y me arranqué el invierno
que tenía anclado
en el pecho
para beber de ese agua
que juré que no iba a beber.
Esas tres edades, en las cuales nos vamos haciendo seres… mejores o peores, en dependencia de nuestra forma de aprender en cada etapa, de cada uno de los sentimientos que que describes en tu poema y cómo nos amordamos a éllos, madurando… y nos convierten en entes duros o cristalizados… por loes tiempos que las contemplan… (las etapas).
Me encantó tu poema, por cuanto obliga a reflexionar, por el mensaje que cada lector puede sacar del mismo.
Felicitaciones y abrazo.