No podíamos acercarnos, ni tocarles. Eran las órdenes. Pero a veces merece la pena, saltárselas.
Cogí de la mano a aquel hombre:
-Abuelo
-Hoy seré tu nieto.
-No morirás solo…
Eran los últimos instantes, de uno más, de tantos ancianos que en aquellos malditos días de marzo, nos dejaron.
Nunca pensé, cuando me alisté en el ejército, que pudiera hacer tanto con tan poco.