Laidom

<<el café no puede ir solo>> piensa el agrio Levaro, mientras vacía su anfora de plata con el whisky de la noche pasada.

Son tantas cosas para analizar, tan escaso tiempo, tan poca plata.

Tiene afortunadamente la madurez espiritual para saber, que nadie sirve.

Descendió una y otra vez al abismo, pero su misera existencia sobrevivió como pudo a los golpes del destino, a la balanza descompuesta de lo que es justo.

Y precisamente a la hora quitarse el calzado, esos rotos calcetines de lana que ya apestan, que mira un pájaro entrar por la ventana que mantiene abierta.

La velocidad del animal es iracunda, heredera de un estrés jamás vivido, una flecha alocada marcando trazas trigonométricas e infernales por su vida.

Levaro ríe ante el espectáculo monstruoso de hábitats cruzados.

Una especie de ring dónde el mismo se hace trizas, reflexionando bien, al igual que todos.

El sonido del aleteo acelera el pulso del viejo Levaro, quién extrae cuidadosamente el móvil de la bolsa de su pantalón para comenzar a grabar.

La escena no es muy larga en periodo de tiempo, recordándole esos videos del mar donde un tiburón pelea con una jaula de metal.

El ave completamente aterrada y en uno de sus cruces diagonales, tira un viejo estuche de cuero sobreexpuesto en el librero de caoba.

Levaro lo jala hacia su con su larga pierna y al tenerlo en su poder quita los dos broches para abrirlo, y a la vez refrescar su memoria.

Tiene un pergamino con una idioma que él no habla, un pequeño frasco de vidrio perfectamente trabajado con una sustancia a la que no podría llamar perfume, pero también ningún otra cosa, y debajo del pergamino yen un compartimento, una harmónica color dorado, con inscripciones en ese mismo idioma.

A él le inquieta tocarla, siempre que lo hace siente energías, oscuridad, un peso difícil de describir, unas ganas tremendas de huir, pero dada la situación, la vieja canción de Kentucky es una buena idea.

  • tuck… No lo fue nunca en realidad, el pájaro con pechuga…
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