La tristeza que diluyes

Camino en un desierto de arena y niebla,
no me atrevo a avanzar ni retroceder,
tampoco sé si tengo que hacer una cosa y la otra.
Si debo caminar hacia la luz
o perderme entre los recuerdos de miles de colores.

Estoy empapado, siempre,
No sé si en el purgatorio o el infierno.
Cada gota de sudor es un trozo de vida que se escapa entre mis dedos
y siento dolores inefables,
que te tengo que agradecer a ti Señor
por todas las molestias que te tomas en alargar esta agonía.

Tenía un cuerpo, ahora no lo tengo,
sólo me queda esta sensación de malestar
y, aunque no te lo creas,
puedo sentir como cada una de mis células
se pudren, mueren y desaparecen.

En esta cama de hospital, pienso Señor,
cuando podré conocerte,
si lo haces cuando llegas o debe pasar un tiempo
o si nunca te relacionas
y sólo te dedicas a crear catástrofes,
grandes o presencias,
con las que demostrar tu poder.

¿Crees que cuando llegue me recordarán?
Te pregunto ahora a ti que,
sentada en esa silla,
te ves obligada a ser testigo principal
de este caso de envenenamiento.

Debí saberlo;
el tabaco es veneno,
el alcohol es veneno,
la comida es veneno
y el aire que respiramos.

Mis recuerdos son cada vez menos y se mueven más despacio.
Te observo a cámara lenta,
con esa sonrisa que iluminaba mi lívido
y ese olor que inundaba nuestra habitación.
El sexo que tantas veces devoré,
los abrazos que rechacé y ahora echo de menos.

Ahora quisiera volver a ver el mundo cuando media más de veinte metros
y las vistas daban a las montañas
y no a un patio interior plagado de camas de hospital.
Cuando clavábamos puñales en la espalda de la vida,
que era como un caballo desbocado, al menos para mí.
Antes de que me encontraras,
cuando la vida me sangraba
y me adoptaste como a un chucho malherido.

Ahora que soy todo destemplanza y excitación,
cuando la vida se me escapa sin remedio.
De vez en cuando, entre las luces,
Puedo ver tu sonrisa,
siempre tierna, sincera y balsámica

Ahora que me abandono al sueño reparador de los opiáceos
creo que he dejado atrás el dolor y la melancolía
que siempre me han caracterizado.
“¿Por qué te empeñas siempre en ser infeliz?”
Fue una pregunta que nunca pude contestarte.

Hoy, ya casi carne de crematorio,
Tras una vida de no creer en nada,
con tu permiso, ¡oh Señor!,
me reservo la esperanza de quedarme aquí para siempre.

Sólo flotar, confundirme con todas las cosas bellas que hay en el mundo,
convertirme en la tierra y el agua
que te abraza en esta tormenta
que ha convertido en papel mojado esa carta que nunca te escribí.

Aquella en la que te confesaba que siempre me hiciste feliz
por más que yo me empeñara en demostrártelo;
en poner tu vida patas arriba cometiendo,
una y otra vez,
los mismos errores.

Que sólo desearía que,
en un futuro lejano o no,
nuestras memorias volvieran a repetirse una y otra vez.

Cabalgando, arañándonos la espalda cada noche
e iniciando intactos de nuevo el camino,
envueltos en la ilusión de que ese nuevo día
volveríamos a repetir, de nuevo,
cualquiera de nuestras cien mil primeras citas.

9 Me gusta

El pan y el azúcar matan a la gente, lo que salva es el canabis y la religión. También la ideología salva, pero solo a los que se registraron en el partido antes de pandemia. Un aplauso para esa tristeza diluida en coraje. Aplausos.

2 Me gusta

Gracias compañero!!!

Menuda introspección desde una cama de hospital, Senén.
Voy a decir, pese a que me ha removido mucho por dentro, o por eso mismo precisamente, que me ha gustado mucho tu poema.
Ojalá que solo sea eso, un poema.
Abrazo, compañero :four_leaf_clover:

1 me gusta

Sí, lo es, afortunadamente sólo un poema.

Un abrazo.

1 me gusta

Muy bello, enhorabuena.

1 me gusta

Me alegra mucho que te guste. Gracias!

1 me gusta