La tarde en Buenos Aires es una sola.
Es un asombro de balcones abiertos
agujereando la vista triste y atroz;
un cristalear de hermosos finales.
Está entre el cielo decisivo e intenso
o entre una jornada dramática y turbia,
se retuercen los aromas de las flores
y los postes siempre con su luz infame.
¡Oh lenta luz recatada! ¡Oh tardes!
Para apresar mi mayor milagro de muerte
como un huérfano en un naufragio,
tengo que vivir asustado en los espejos
de sus calles cenicientas;
¡Buenos Aires se me hunde en los ojos!
Sus rascacielos y la visión de su derrumbe
son el horizonte encarcelando al paisaje…
La tarde. Tan lamentablemente igual,
tan inútil… tan única al caerse
y tan distinta al desaparecer…