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El páramo es belleza
la estría en la piedra y mi voz que no te toca.
el lunar es belleza
el golpe en el viento agrio de tu despedida.
Agito estas aguas ajenas y mi llanto
que está a media voz, entre un mar y otro, entre una sal y otra
respiro
y acepto que no estás.
Amado mío, no estás y acepto esa luz silenciosa
partirme por dentro
y ese país sonoro ya solo cantar una chulla canción.
Acepto la agonía y la sonrisa
y la vieja sombra aparecer en mi llano y en mi pupila;
bajo el aire de diciembre
bajo la manta sin color
y el mineral atareado de la luna;
la gran cascada de musgo que sale de mi vientre gris;
acepto el duelo
y la fiesta
¿fiesta?
el dulce carmín de la caída y del material despoblado.
He llegado a la estación final
he llegado a amarte jamás
y a tranquilizarme dentro del extremo del cielo
al recordarte;
ha llegado el centro de todo este poema y bullicio,
se ha poblado todo
todo mi territorio de tu nombre maduro y ajeno.
Intacto el sol
quieta la noche, el barco se penetra solo,
el pájaro se eriza en el mar
y el faro continua con su luz apretada visitando la silueta
del mar herido.
Intacta la luna
intacto el pedazo de labio metido entre el papel
intacto el diente
y el cuerpo a media voz y a media asta.
Intacta la sonrisa de la estación salada;
intacto el movimiento cuando te dije adiós
y cuando me dijiste lo siento.
Ha llegado el momento
ha llegado el día de la rosa pálida y agónica.
Merodeo el poema, la palabra
y la cicatriz
en plena caída va en torno girando pronunciando
tu nombre,
la piedra va al acantilado y la flor se desploma.
Sin voltear mi luz sigo
sin escapar de tu sombra sigo
animal de palabras, silueta de carne, gusano de luz y polvo.
Animal perfumado de la noche inmensa
inmensa bestia de grandes ojos que ya no son míos.