Hay que ganarse la vida,
me dijeron siendo niña,
porque con nada naces
y a todo aspiras.
Mas nada llega
y la frustración vuelve pequeño
al que el horizonte atisba
alargándose en la lontananza.
La rueda gira y gira,
nunca cesa
y tú, centrifugado y triste
corres por tu vida
con todas tus fuerzas
sin moverte un ápice del sitio.
Ya grisean los días,
y en tus cumbres, las canas,
mas esperas una señal,
un hálito de vida,
un relámpago,
una bofetada de esperanza
(la última, la definitiva).
¡Despierta!
Pero no duermes,
sólo ruedas con los ojos cerrados…
Te detienes.
Caminas apenas unos pasos,
un puñal de luz te atraviesa
al cruzar los límites de tu celda;
intacta tu alma,
destrozadas tus piernas…
¿Ya me he ganado la vida?
te atreves a preguntar,
tu sonrisa es triste
pero preñada de bondad.
¿Ya puedo marcharme?
Sí -te dicen- ¡Felicidades!
ya puedes morir en paz.
Solo entonces,
la rueda detiene su girar,
un instante apenas,
lo que tarda uno en irse,
nada más…