Las ilusiones se escaparon
por tus pulmones desvalidos,
quedó tu futuro escaso,
llenos tus sueños de vacío.
Años de esperanza se cambiaron
por lágrimas en el camino.
Fueron muchas,
nuestras horas de plática
desde la calleja.
¡Amigo, hermano, maestro!
¿A dónde se marcharon
el brillo de tu verbo,
la luz de tu mirada
y la limpieza de tu alma?
Te fuiste despacio,
en silencio.
Se paralizaron las charlas.
Tú, que iluminaste mi camino,
me dejaste en la encrucijada,
me dejaste a solas
con las voces que me llaman,
y, a veces, escribo
sin decir nada.
Te fuiste despacio,
en silencio,
pero no con las manos vacías.
Me dejaste la esencia
de tu espíritu y la cabeza,
bien alta.
Tú, como Prometeo,
que quitó a los dioses el fuego
para entregarlo a los hombres,
me regalaste,
desde el cielo,
la palabra.
Esa palabra
que uso para recargar
los pulmones de mi pluma.
Esa pluma
que graba a fuego
los garabatos de mis letras.
Esas letras
que consigo arrancar
a cada página de mi historia.