Un sutil perfume me lleva a mirarla.
Voluptuosas caen sus ropas
sobre el suelo y la música del satén
lame las losas rojas llenas de su olor.
Fuera el viento, murmura canciones
que a nadie cantó antes que a ella.
Se desnuda del miedo
el sujetador abre sus celdas
escapa de sus hombros
y los visillos de los pensamientos
enrojecen turbados
intentando sin lograrlo, no mirar con lujuria
las lunas de sus senos.
Desliza fuera de sí el pudor que
prendido de sus caderas, acunaba el deseo.
Ahora mira de frente descubriendo que
era ella la fruta que prohibieron en el paraíso.
Muerdo en su imagen el hambre de mi vida.
Presa del árbol, nuevamente vestida con la hojarasca
mira con pena desde su paraíso
el forzado abandono al que me obligan.
Hoy, con la memoria presa en la triste mirada sus ojos
no me importa el fuego de la espada
que hirió mi corazón
dejando maltrechos mi alma y mi cuerpo
porque hoy en mí, ruge el volcán
del ansia de vivir que ella encendió.
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