Sedente al arcén de la jícara,
te atisbo impregnado en ocre;
evoco a las cuatro menos diez,
para tu celaje incitar a un naranja elíseo.
Devaneo en cabotaje sin ánimo de pacto,
en gazuza te redacto para que de mi opines; huyo sin escaparme a la discrepancia del abrevio, vírgulas, comas y los etcéteras que deleitan.
Auge en apostasía, occisos roces en la arista; el corazón de la umbría es el afásico torso de verdes tabarras, retórico sofisma, se volvió árida la penuria en apuro.
Zurcido en zozobra, en cantiga, en ademán y su vanguardia; siguen siendo las siete cuarenta cinco y aquí sigo inerme, absorto; de espalda a la analogía con la frívola jícara, y su almizcle que no sofoca en naufraga voluntad.
Domingos de gesto, de mucho garbo, los que conocen mi rubricar; es caótico el garabato por ya no quererte besar,
escaparme, volver a la tierra de nunca jamas a presenciar el divorcio de Wendy y Pedro Pan, allá en otro continente donde es suave el pulular.
Ocho con trece, temperatura al margen, éter templado; simetría que aletea después de mí, es alevosía prematura que provocas;
atento al zumbido, es el silencio que se traga un lento quejido; te veo llegar, hermoso, eres un cuplé deleitado de ecos.
Diez menos diez, igual a cero, ya masqué esos rancios besos; albedrío a tus quimeras al encontrar mi fortuna; riesgo que había elegido antes de nacer, crónicas que fueron capricho; receta de su cortés patena .
Sigo tórrido, entro y salgo cuando quiero,
saturado, salino con gracia; envuelto en frase de pulpa viscosa caldeando la rúa, me exhibo perverso en momentos, mostrando todo el extremo perfecto.
El alba después huele a hierba reciente, a memorias, turbio novato por tratar de desvariar las horas; las cincuenta y cuatro de cualquier momento, de cualquier día, y la jícara a mi lado todavía, con el vaho de lo que ya fue y nunca será.