Mi abuelo, al que no conocí, era un buen hombre, serio y parco en palabras, que siempre intentaba no molestar a nadie.
Sus hijos, ya casados y con sus propias familias, vivían lejos y solo podían visitar a los abuelos de vez en cuando.
Esa Navidad, cuando llegaron todos, él estaba resfriado.
El veinticuatro, celebrando la Nochebuena, mi abuelo comentó que debería aprovechar que estaban todos allí para morirse y así evitarles tener que hacer otro viaje para el entierro.
Todos lo tomaron a broma y le rieron la “gracia”.
Murió el veintiocho de diciembre mientras dormía, tranquilo, en paz y con toda su familia en casa.
Y no, no fue una inocentada.
Mi abuelo hablaba poco, pero era un hombre de palabra.
Que relato tan curioso como sorprendente, “pobre abuelo”, no quería causar trastornos a sus hijos y se fue tal y como predijo, rodeado de ellos, muy bueno, amiga!!!
Walla, cuánto has dicho en este relato! Me ha quedado ese “y seguimos sin escuchar al otro” en el corazón. Gracias por esto, me ha remitido a mi madre, ella también sabía, y no escuchamos… no supimos. !!
Pues su deseo se cumplió…en un día tan especial descansó en paz y rodeado de su gente.
Hermosa historia familiar, gracias por compartirla con nosotros, Wall.
Un beso, compi!
Toda la razón, amiga.
Yo no conocí a ninguno de mis cuatro abuelos, pero por los relatos de mis padres sé cuánto tuvieron que luchar.
Muchas gracias. Besitos