Aquella noche
no supe de qué lado
de la cama acomodar mi cuerpo,
todo estaba cubierto de pájaros sin alas
de velos de asombro,
diminutas piedras
que recordaban los caminos recorridos.
En mi pecho la hierba dibujaba
brisnas de viento,
la luna iluminaba
el agua abandonando tus manos,
invadidas de caricias.
La lujuria celebraba
un banquete entre tus senos.
Para llegar hasta tus brazos
descendí desde las nubes,
y recorrí las calles
atascadas de vehículos,
ajeno al acoso de los conductores violentos.
Aquella noche todo fue un recomenzar
ordenar el cosmos
a partir de una cama invadida de espera,
inseguro sobre la forma de acomodar mi cuerpo,
emocionado ante tu mirada azul
invitando a abismarme
en el mar de las mareas inexplicables
con que recibes a los navegantes
cuando se sumergen en la infinita tierra firme
de tu vulva incandescente.